A menudo me quedo mirando ensimismada el rostro de una persona que me ha llamado la atención. No la conozco de nada pero ahí está.
Se ha cruzado en mi camino, en ese bar, en el parque, en el supermercado… y me cautiva.
Me fijo en sus rasgos físicos, los cuales contemplo absorta, su manera de expresarse, la intensidad de su mirada…
Me pregunto cómo será su vida interior, qué la anima, qué la motiva, qué la mueve…
En un momento dado, la persona me percibe y tengo que dejar de mirar porque la puedo incomodar.
Reconozco que cuando algo atrae mi atención y me apasiona, como son las facciones humanas, puedo ser bastante invasiva.
Yo, ya la estoy pintando en mi imaginación. Estoy eligiendo la paleta de colores con los que voy a iluminar y dar vida a su rostro, a su alma… Estoy pensando en qué lugar del lienzo la voy a colocar y qué fondo va a tener.
No puedo evitarlo. Mi foco principal está puesto en su mirada. Esa mirada que me lo dice todo, que me muestra su personalidad, su forma de actuar, su manera de vivir…
Tu mirada que me atrapa cuando menos lo espero es la esencia que prima en mi obra.
Tengo que confesártelo: Soy una mirona empedernida. Te miro y ya te estoy dibujando.
En mi imaginación comienzo a abocetar los primeros trazos de tu rostro. Visualizo la estructura ósea que te sustenta. Analizo los contrastes entre luces y sombras y comienzo a aplicarte las primeras pinceladas de color.
Consigo captar la intensidad de tu mirada y perfilo la mandíbula que te da la fuerza, la personalidad. Después comienzo a integrarte con el fondo. En qué lugar te veo o dónde querrías estar, situándote en un espacio estático y tranquilo o quizás en un entorno dinámico. Tengo que seguir y seguir pintando, creándote hasta darme por satisfecha y diga:¡Ya está! ¡Lo tengo!
Eres tú. Mi obra está finalizada.
LIANE RUIZ “Diarios 2023”
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