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GALERÍA JAVIER SILVA

 

¿Es la arquitectura, su belleza y bondad estética y funcional, incluso social, lo que fotografía Juan Baraja? ¿O es más bien su relato, las ideas que la arquitectura sostiene y la posición que ésta ha adquirido a través del tiempo, la diferencia palpable entre lo que fue y lo que es, el objeto final de sus imágenes? ¿O son ambas cosas a la vez?

 

“Norlandia”, junto a otro proyecto todavía en proceso titulado “Experimento Banana”, es el resultado de la Residencia Listhus que el fotógrafo disfrutó en 2014 en Islandia. Es conocido el gusto de Baraja por la arquitectura moderna racionalista, sobre todo la desarrollada entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo: arquitectura concreta, alimentada por las conjeturas sociales utópicas, realizada mayormente en hormigón y con un poso eminentemente industrial e ingeniero, que es otro tipo de arquitectura también documentada por el fotógrafo. Podemos decir que a Baraja siempre le ha interesado la arquitectura, pero quizá más como aplicación de unas ideas surgidas tras la II Guerra Mundial, tanto en su vertiente estética como filosófica, social o política. Como ya ocurriera con proyectos anteriores, como “Catedrales” (2009-12), “Casas Americanas” (2012) o “Águas Livres” (2014), el artista parte conscientemente de un análisis purista de la luz, en ese sentido clásico que la toma como auténtica constructora de los volúmenes fotografiados, para ofrecer un paisaje desmembrado de las edificaciones, que se reconstruyen luego en el relato editado de las imágenes seleccionadas. Es un re-constructor que puede ser apreciado tanto de forma emocional como analítica. La frialdad, el peso de los volúmenes y ángulos de sus fotografías, sus férreas composiciones, parecen querer trazar un arco de inmutabilidad: rescatar una esencia primaria, original. Algo de esto existe también en “Norlandia”, pero en este proyecto concurren otros elementos que certifican un antes y un después en su forma de abordar la fotografía, una piedra angular sobre la que bascula la carrera actual del fotógrafo. Y su futuro. Es un proyecto de transición, de madurez, que amplia decididamente el horizonte de sus intereses.

 

“Norlandia” es un retrato cercano, con detalles de intimidad, de una pequeña empresa familiar de secado de pescado, actividad habitual en los países nórdicos, que exportan esta materia a buena parte del África negra. En cuanto a arquitectura en sí, este edificio apenas parece tener virtudes más allá de una disposición moderna en su funcionalidad y su parca ingeniería pragmática: orientada a un uso concreto, inservible e inválida en términos estéticos para otro fin. El cambio operado en la aproximación a esta realidad, que ya no es solo arquitectónica, sino también humana, ha llevado al fotógrafo a ampliar sus miras: el paisaje que la contextualiza se alza con fuerza, y también los sujetos y objetos que dan vida a la razón de ser de este microcosmos lejano: Baraja practica por primera vez el paisaje, el retrato y la naturaleza muerta de una forma inaudita en su trabajo anterior, como elementos de contexto, y perfecta en las consecuencias que aporta al relato. Más allá de esto, y como ocurre con su más reciente proyecto realizado en la Academia de Roma, vemos que el objeto recurrente de su fotografía, las ideas de la arquitectura moderna racionalista y funcional, se ha desplazado. Baraja ya no fotografía admirado: más bien certifica el fracaso de la utopía arquitectónica, actuando de forma nostálgica o crítica o nihilista. Nos muestra las enmiendas del tiempo a esa totalidad proyectada, el reflejo de cómo el hombre termina por dominar irracionalmente y apuntalar de forma chabolaria, decadente, residual, aquello que no ha podido conservar de la utopía. En “Norlandia” los interiores deslavazados y maltratados por el tiempo contrastan con el entorno inmutable y milenario; la ensoñación de un paisaje tropical se cuela en la mortecina cotidianidad del Ártico; barcas y pescados secos aparecen varados en el tránsito voluntarioso de una actividad que parece manifestarse como una necesaria pero devastada tierra de nadie...

 

Con “Norlandia” Juan Baraja se centra definitivamente en el relato. Ya no es solo, arquitectura, luz y volumen. Ahora también es historia viva, una historia con rostros y objetos, con indicios claros de actividad y la presencia constante de una épica cotidiana que alcanza, en sus visiones del paisaje, el arrebato. Donde lo telúrico se impone a lo humano, evidenciando la fragilidad, los límites, el inane y coyuntural sentido último de nuestras actividades.

 

Guillermo Espinosa

Periodista cultural y comisario de arte


 

 

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